Viviré en tu memoria - Capítulo 6
***
Pasó
una noche algo similar a las anteriores. Solo que en lugar de despertar a las 3
de la mañana lo hizo a las 2. La causa siempre era la misma, pesadillas. Bueno,
una pesadilla en específico que se había repetido por tercera vez esa semana.
Respiró
de forma lenta tratando de acompasar el ritmo de su corazón y decidió salir con
cuidado de la cama.
—¿Qué
ocurre? —preguntó Kid más dormido que despierto.
—Nada,
voy al baño, duerme tranquilo —respondió con suavidad. “Ok” soltó Kid a modo de
respuesta y se volteó para seguir durmiendo.
Salió
de la habitación y fue a la cocina, se preparó un té y se sentó en el sofá. La
noche estaba silenciosa, afuera la luna brillaba casi completa y la suave brisa
primaveral hacía caer los pétalos de las flores que crecían en los árboles.
Miró el calendario de su teléfono, el domingo sería el aniversario luctuoso de
la muerte de sus padres —23 años…—, suspiró y bebió de su té.
“¿Por
qué otra vez?” Se preguntó por tercera vez esa semana. Apoyo su cabeza en la
ventana y observó el cielo despejado. Tenía una extraña sensación de angustia,
y no entendía a qué se debía, porque si bien ese tipo de conmemoraciones le
deprimían, no era normal que se sintiera de esa forma. Había algo más.
Suspiró,
resignado a que no podría volver a dormir pronto y sacó otro título del
librero. Leyó por aproximadamente 3 horas y decidió volver a la cama. Se acostó
y abrazó a Kid por la espalda.
Se
estremeció al sentir el cuerpo frío de Law aferrarse a él y se giró para
abrazarle —Estás helado.
—Sí,
lo siento.
—¿Qué
pasa? Te oyes triste.
—Son
tonterías, sólo abrázame —pidió y Kid le apretó un poco más con sus brazos para
luego respirar el aroma de su cabello y dejar un beso sobre su frente.
Se
quedó tranquilo entre sus brazos, podía escuchar el suave palpitar del corazón
de Kid y eso le relajaba. Poco a poco volvió a quedarse dormido.
***
Maldijo
internamente la alarma de Kid y se tapó por competo con las mantas. Kid apagó
la alarma y encendió la luz. Sonrió al ver a Law aún cubierto con las mantas y
comenzó su rutina diaria.
—Cariño,
ya me voy —dijo a las 7 en punto. Law se destapó la cabeza y le dio una
sonrisa.
—Ve
con cuidado.
—Sí
—besó su frente—, me llamas en caso de cualquier cosa —Law le dio una sonrisa y
le vio salir de la habitación, segundos después escuchó la puerta de entrada y
suspiró mirando el techo.
Dio
vueltas por la cama con algo de hastío, no quería levantarse aún, pero el sueño
nuevamente se había ido lejos, así que terminó haciéndolo de todas formas.
Caminó con flojera hasta el baño. Después de ducharse y vestirse fue a la
cocina, miró el lugar donde debía estar la cafetera y se pasó las manos por el
rostro con fastidio.
Desayunó
mirando las noticias, accidentes, robos, corrupción, asesinatos. “Más de lo
mismo”, se dijo, apagó el televisor y tomó su teléfono. Vio un par de vídeos,
leyó otro par de noticias, le dio “me gusta” a algunas publicaciones y rato
después recibió un mensaje.
Roronoa Zoro
Buen día, ¿Te parece bien si paso a la hora de almuerzo y comemos
juntos? Podría llevar algo, digo, para no tener que cocinar. Llegaré a eso de
las 13:30. ¿Qué dices?
Sonrió
al ver el mensaje, <me parece una excelente idea>, respondió.
Sonrió negando con su cabeza, al final iba a ser que, de todos los días que
debía estar en casa, realmente no tocaría la “cocina de Kid”.
***
El
reloj marcaba las 13:30 cuando sonó el timbre —Que puntual, Zoro-ya—, dijo a
modo de saludo tras abrir la puerta y le invitó a pasar.
En
ese mismo instante una vecina pasó mirándole con enfado, él, intentando ser
amable, le dio una sonrisa. Ella, con notable desprecio en su voz, soltó —¿es
que acaso no le da vergüenza?
Parpadeó
un par de veces, tratando de comprender a qué se refería —¿El qué, vecina?
—preguntó lo más cordial que su mal carácter le permitía.
—Toda
la semana, un hombre tras otro entrando en su departamento mientras su novio
está trabajando. ¡En este edificio vive gente decente!
Frunció
el ceño realmente molesto por el comentario, estaba a punto de replicar cuando
Zoro le tomó desde atrás por la cintura haciendo que se sobresaltara —Así que,
¿ahora debo compartirte con otros además de Kid? —dijo de forma sugerente rosando
el borde de su oreja. Por un instante olvidó lo que era respirar, su labio
inferior tembló de forma involuntaria, esa poco común sensación de “mariposas”
se instaló pesadamente en su estómago y un súbito calor subió por su garganta
para posarse en sus mejillas en forma de rubor. Ahora sí se sentía avergonzado.
La vecina, escandalizada, se retiró diciendo algo de quejarse con
la administración. —No faltan las viejas metiches—, dijo Zoro tras soltarle y
entrar nuevamente al departamento, ajeno a todo lo que provocó en él.
Frunció
el ceño nuevamente, se regañó a sí mismo y luego de cerrar la puerta del
departamento alcanzó a Zoro en el comedor —Sí eres consciente de que eso me
traerá problemas ¿verdad?
—Mmmm, ¿lo siento?
—¿Me
estás preguntando?
—¿No?
—volvió a preguntar y comenzó a reír—, no te preocupes por tonterías —dijo
despreocupadamente sacando la comida para comenzar a acomodarla sobre la mesa—.
Espero que aún te guste la gastronomía peruana —agregó con una radiante
sonrisa.
Suspiró
resignado, era verdad, nada sacaba con preocuparse por estupideces —Sí, si me
gusta—, dijo para luego entrar a la cocina. Sacó un jugo natural que había
preparado hace un rato atrás del refrigerador, un par de vasos y regresó al
comedor.
—¿Te
dejaron con algún tratamiento preventivo o algo así?
—Sí,
¿Por qué?
—Hueles
a medicina.
—No
tengo claro si debo tomarme eso como un insulto —Zoro negó mientras reía.
—Me
alegra que estés siguiendo las indicaciones que te dan —Law desvió la mirada
con fastidio—, eso es un cumplido.
—Eres
malo haciendo cumplidos.
—Lo
sé.
Comieron
en calma mientras conversaban. Zoro le contó lo que había estado haciendo
durante los meses que no se habían visto, los lugares que había visitado y los
trabajos que había completado.
Law
le escuchaba atento, sin darse cuenta relajó su expresión y comenzó a sonreír,
Zoro se veía feliz mientras hablaba. —Entonces… ¿vas a casarte? —le preguntó.
Salió
de su estupor y le miró con duda —¿Te lo ha dicho Mugiwara?
—¿Luffy
lo sabe? —preguntó Zoro con clara sorpresa—. No, no me lo ha dicho él —Law le
miró con perplejidad, sin entender cómo es que lo sabía—. El anillo —dijo
aclarando su duda—, lo noté hace un rato.
Law
levantó un poco su mano y observó su anillo, sonrió y volvió a mirar a Zoro —Me
lo pidió el sábado en la noche.
—Felicidades
—dijo con una sonrisa, aunque por dentro lamentaba la noticia.
—Gracias.
Zoro-ya.
—Em…
tus ojeras están horribles, ¿No has dormido bien? —preguntó para romper el
pesado silencio que se había instalado en el ambiente.
—No
mucho en realidad… —respondió mirando por la ventana.
—¿Pesadillas?
—preguntó presintiendo el motivo de su falta de sueño.
Law
sonrió y bajó la mirada, a veces olvidaba lo mucho que sabía Zoro de su vida —Sí.
—Pensé
que ya no tenías ese problema.
—La
verdad es que hace años que no me pasaba.
—Tal
vez, deberías…, buscar ayuda con eso —sugirió con algo de cautela—, digo, ¿no es
perjudicial? El que no puedas descansar como corresponde.
Asintió
y comenzó a hacer tronar las articulaciones de sus manos —Lo he pensado. Pero
no me siento cómodo hablando con extraños.
—No
tiene por qué ser un extraño. Te hizo bien hablar conmigo —Law le miró con algo
de incomodidad—. No digo que lo hagas otra vez… quizá podrías hablar con Kid.
Es tu prometido después de todo. ¿O ya lo sabe?
Negó
con su cabeza —Le he contado algunas cosas…, pero no conoce toda la historia.
—¿Sigo
siendo el único que conoce tu historia delictual? —Law soltó una suave
carcajada—. Eso me hace sentir especial.
—Sí,
supongo que sí.
***
Zoro
le abrazó en la puerta de entrada y se despidieron con la promesa de
reencontrarse el día sábado en el almuerzo de Luffy. A decir verdad, verle a
solas no fue tan terrible como pensó que sería en un principio.
Entró
a su estudio y puso algo de música, aún faltaba un poco para que Kid llegara
del trabajo, así que usaría ese tiempo para hacer algo de provecho. Por lo
menos ese era su plan antes de perderse en sus recuerdos.
Flash Back
Las
perlas de sudor caían una tras otra sobre la almohada, su respiración errática
y los temblores que ocasionaba en la cama con el leve movimiento inquieto de su
cuerpo, terminaron por despertar a su compañero.
—Law…
—meneó quedamente su hombro para despertarle—, Law, despierta —habló una vez
más con suavidad.
Abrió
sus ojos y se vio reflejado en los iris de su acompañante, quien le observaba
con un deje de preocupación.
—¿Una
pesadilla? —preguntó acariciando su mejilla.
—Sí…
—Cerró los ojos y tragó saliva para luego respirar profunda y lentamente.
—No
es la primera vez.
—Y
no será la última —dijo con una leve sonrisa—, lo lamento. Son algo…,
recurrentes.
—¿De
qué van? —preguntó llevando sus manos a la nuca para apoyarse en el respaldo de
la cama.
—¿Qué
cosa?
—Tus
pesadillas, ¿de qué se tratan?
Law
se incorporó apoyándose en los codos y se volteó para verle de frente. —Sería
más romántico que me preguntaras por mis sueños, Zoro-ya.
—No,
tus sueños los conozco, y vas por buen camino para alcanzarlos. Pero tus
pesadillas, esas no te dejan dormir, son una parte de ti que no conozco —se
impulsó hacia adelante, tomó su mentón y le miró a los ojos con devoción—.
Quiero saber todo de ti, Law. Todo —concluyó para besarle con ternura.
—Es
una historia larga —dijo al terminar el beso y juntar sus frentes.
—Tengo
toda una vida para escucharte.
Law
sonrió a causa de sus palabras. ¿Cómo pudo quedar prendado tan rápido de ese
chiquillo impertinente? Era perseverante, debía darle crédito por eso. Amable,
seguro de sí, divertido. Era su contraparte. ¿Sería por eso que se
complementaban tan bien? Posiblemente.
Miró
el reloj sobre su mesa auxiliar —Pasa de la media noche. Puedo relatarte la
triste historia de mi vida por la mañana.
—No
tengo sueño, y tú tampoco. Pasamos la mayor parte del día en la cama, hasta
dormimos siesta, así que no tienes excusas.
—Te
detesto.
—No,
no es cierto —se estiró haciendo crujir los huesos de su espalda—. Ordena tus
ideas mientras voy a preparar café. —Pidió mientras le hacía un guiño. Salió de
la cama tal como llegó al mundo y así mismo caminó hacia la cocina.
Law
se puso de pie y subió un par de grados a la temperatura, le gustaba esa
sensación de libertad que le proporcionaba el nulo pudor que tenía su pareja,
pero era invierno y afuera hacía frío, el invierno más severo de los últimos 15
años según la chica del clima. Tomó dos batas del perchero, se puso una y llevó
la otra para dársela a Zoro.
El
aroma a café de grano recién preparado inundó el departamento, amaba ese aroma,
le ponía de buen humor. Puso la bata sobre los hombros de Zoro, besó su mejilla
y se sentó en la barra de la cocina.
—¿Entonces?
—preguntó poniendo una taza de café frente a él.
—Ya
qué —pronunció dándose por vencido y comenzó su relato—. Cuando tenía 8 años,
mi hermana menor, Lami, se enfermó de cáncer a la sangre. Mis padres eran
médicos, buscaron a los mejores especialistas de la época, hicieron todo lo que
estaba a su alcance para curarla, pero el tratamiento que existía en aquel
entonces no era suficiente. Cuatro meses después del diagnóstico inicial,
falleció.
—Mi
madre entró en una depresión de la que no pudo salir y mi padre hacía todo lo
que estaba en sus manos para hacerse cargo de ella y de mí. Un día le reclamé,
“no es mi culpa que Lami ya no esté”, recuerdo que le grité, y ella como
respuesta me dio vuelta la cara con una cachetada. Papá me pidió que me fuera a
mi habitación y comenzaron a discutir. Recuerdo que me senté a llorar en el
piso de mi habitación abrazando la muñeca favorita de Lami, me sentía tan
culpable por mis palabras —Respiró profundo y continuó—. Los minutos pasaron y
los gritos por fin se detuvieron. Un poco más tarde la temperatura empezó a
subir. Yo no había parado de llorar en todo ese tiempo, pero cuando al fin dejé
de hacerlo y alcé la vista, me di cuenta de que el techo estaba lleno de humo.
Asustado, me puse de pie y corrí hacia la puerta, me quemé los dedos al tocar
la manilla —Se tomó un segundo y tocó la yema de sus dedos, recordando la sensación
de ardor.
—Me
alejé de la puerta, estaba aterrorizado, pasé los siguientes minutos creyendo
que iba a morir ahí, hasta que la puerta se abrió, pensé que era mi padre, pero
no, era un bombero. Salió conmigo en brazos y me llevó hasta una ambulancia donde
me dieron primeros auxilios, respiré mucho humo, así que me pusieron oxígeno y
me trasladaron al hospital. Nunca más volví a ver a mis padres.
—Tampoco
tenía más familiares. Así que, al salir del hospital terminé en un orfanato.
Era un chico de 8 años, enclenque y con problemas respiratorios debido a la
inhalación de toxinas. La hermana Mariana decía que tenía muy pocas
probabilidades de conseguir otra familia y la verdad no me importaba. No quería
otra familia, quería a mis padres y a mi hermana. —Bebió un sorbo de café, y
miró a Zoro, quien asintió indicándole que continuara.
—Como
sea, el orfanato era un lugar horrible, aguanté un año y escapé. ¿Qué podía
hacer un niño de 9 años solo en la calle? La verdad, no mucho. Mis padres siempre
me enseñaron que robar era malo, así que no lo hacía, intentaba conseguir
comida en la basura —Zoro le miró sorprendido, jamás se hubiera esperado algo
así—. Oh sí, en la calle pasé hambre y mucho frío, pero nadie me lastimaba como
lo hicieron en el orfanato. Ahí los niños mayores te utilizaban como saco de
box, o de diana para el tiro al blanco —Tomó una bocanada de aire—. El tema es
que eso no era lo peor. Lo verdaderamente malo ocurría de noche, cuando el
cuidador te tomaba como asistente, nunca olvidaré esa primera vez, jamás había
sentido tanto dolor en mi vida —guardó silencio unos segundos, esa era la
primera vez que le contaba eso a alguien más, ni siquiera Bepo, que era su
mejor amigo, lo sabía—. Fue cuando supe que debía escapar. Tardé más de lo que
me hubiera gustado en encontrar la forma de irme. Pero lo hice.
Zoro
tomó su mano sobre la barra y le regaló una sonrisa de medio lado, como
pidiendo disculpas de forma silenciosa —Ahora entiendo porque no querías
hablar… No tienes que seguir si no quieres.
—Está
bien. No es algo…, que importe ahora.
—Entonces
te escucho.
Law
sonrió y entrelazó sus dedos con los de Zoro —Un día, dando vueltas por la
parte fea de la ciudad, cerca del muelle, me encontré a unos idiotas molestando
a una niña. Para entonces yo ya era un tanto más… ¿salvaje?, creo que esa sería
la definición. Tomé un fierro y me arrojé a ayudarle, no era un chico muy
fuerte, mi alimentación era paupérrima, pero le di un golpe certero en la
mandíbula a uno y al otro le di en las bolas. Tomé la mano de la chica y
salimos corriendo. Su nombre era Baby, también era huérfana, pero ella no tenía
reparos en conseguir lo que le hiciera falta de forma ilícita. De hecho, estaba
en una banda de traficantes.
—¿Así
comenzó tu vida delictual? —preguntó en son de broma.
—Sí.
—Espera,
¿es en serio? —preguntó sorprendido.
—Claro.
Ella me llevó con su “líder”, me preguntó si quería trabajar y dije que sí. Su
nombre era Doflamingo.
—¿Me
estás jodiendo? ¿Trabajaste para él?
—Por
dos años. A su lado aprendí muchas cosas que un niño no debería saber. Después
de eso su hermano menor me llevó con él. —Observó su taza con ensoñación— Su
nombre era Rocinante. Aunque todos le decíamos Corazón. Era un tipo raro,
silencioso, agresivo con los menores que querían ingresar a la banda. Baby me decía
que era porque no le gustaban los niños. Tiempo después descubrí que lo hacía
para que se alejaran de su hermano —Tomó otro sorbo de café—. Corazón no creció
con Doflamingo, se separaron cuando eran niños. A Corazón lo acogió un mayor del
cuerpo policial y Doflamingo creció en las calles. Años después se volvieron a
encontrar, pero lo que Doffy no sabía era que Corazón trabajaba como
infiltrado. Era policía de investigaciones.
—¿Entró
a la banda de su hermano para desbaratarla?
—Así
es… Y lo logró, pero perdió la vida en el proceso —bajó la mirada con notable
tristeza— Pasé bastante tiempo con él, era un buen hombre, amable, alegre…
siempre tenía una estúpida sonrisa amorosa en la cara. Decía que si alguna vez
llegaba a pasarle algo quería que le recordaran sonriendo. Me instó a ser una
buena persona, a esforzarme, a estudiar… me obligó a estudiar tanto que me
quedó la manía de hacerlo por mi propia cuenta. Le prometí que sería bueno y
que saldría adelante. Me tranquiliza el hecho de saber que hasta el momento he
cumplido mi promesa. —Secó las pocas lágrimas que lograron acumularse en el
borde de sus ojos.
Soltó
un suspiro y repasó el borde de la taza con los dedos —En fin, Doflamingo le
disparó frente a mí cuando supo la verdad. Los oficiales nos tenían rodeados y
lo apresaron. Trasladaron a Corazón al hospital, pero ya era tarde. Así que volví
a quedarme solo. Me faltaba poco para cumplir 14 años, y como no quería que
volvieran a enviarme a un orfanato. Volví a escapar. Caminé, caminé y caminé
hasta que llegué a otra ciudad, donde conocí a un viejo llamado Wolf. Era algo
así como un científico loco que tenía una granja en la periferia. Creo que si
no me hubiera encontrado habría muerto por la deshidratación. Me costó mucho
confiar en él, no quería encariñarme con alguien más. Pero fue paciente, me dio
un lugar para dormir y me alimentó a cambio de ayudarle con trabajo de la
granja. “La filosofía de dar y recibir”, recitaba todos los días.
Sonrió
recordando aquellos días —De ahí en más las cosas fueron mejorando. Comencé a
estudiar, conocí a Bepo, Penguin y Shachi. Ellos también fueron acogidos por
Wolf, todos éramos chicos de la calle. En la escuela me tomaron exámenes para
saber a qué grado debía ir, porque desde los 8 años que no pisaba una entidad
educativa. Fue una verdadera sorpresa quedar en último año de preparatoria con
tan solo 14 años. A los 16 recibí una beca completa y decidí estudiar medicina,
4 años más tarde un chico de primer año de periodismo tuvo el descaro de
invitarme una cerveza y ahora lo tengo paseándose sin ropa en mi departamento.
—Y
te encanta —aseguró Zoro con un guiño antes de rodear la barra y acomodarse
entre sus piernas. Le tomó de la cintura y le besó en los labios con ternura.
—Sí,
me encanta —admitió con una sonrisa.
—Te
amo.
—No
más que yo a ti.
—Cursi.
¿Por qué no lo dejamos en un empate y volvemos a la cama? —dijo contra su oído
de forma sugerente para luego tirar suavemente de sus aretes y acariciar sus
muslos por debajo de la bata.
—Ah,
maldición, me encanta cuando haces eso.
—Lo
sé. —concluyó con una sonrisa autosuficiente.
Fin del flash back
Después
de esa noche tuvieron muchos instantes para conversar y ahondar en detalles.
Zoro le apoyó con la terapia que decidió iniciar para por fin superar todas
esas trabas invisibles que no le dejaban abrirse ante el resto y su círculo
social se hizo mucho más grande de lo que podría haber llegado a imaginar.
Continuará…
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